Países con un mismo idioma y una gran diversidad lingüística
¿Quién nunca soñó con viajar, conocer nuevos lugares y vivir nuevas experiencias? Inspirado en el libro “Diarios de motocicleta”, con poco presupuesto y mucho entusiasmo, a los 23 años decidí hacer un viaje de mochilero por tres países de América del Sur. Sin saber a ciencia cierta lo que encontraría más adelante en el camino.
Partí de Lima a Santiago de Chile en bus y una vez cruzada la primera frontera fui percibiendo que el dialecto de las personas iba cambiando. Por lo general, cuando pensamos en el acento chileno lo asociamos al habla de los santiaguinos. Sin embargo, lo que pude notar en la frontera con Perú es que el acento del chileno norteño no era tan parecido a lo que había visto en los noticiarios de TV Chile. Las personas con quienes había conversado en los restaurantes y en la carretera tenían una “R” bien fuerte en su pronunciación.
Después de algunos días viajando llegué a mi primer destino: Santiago. Una gran metrópoli ubicada en el centro de Chile entre la Cordillera de los Andes y el océano Pacífico. Como dije, el acento me era más familiar pero igualmente pude aprender nuevas palabras durante mi estadía. Por ejemplo, a los jóvenes en las noches les gusta “irse de carrete” (salir de copas) y que cuando algo no les divierte “la cosa está fome” y una muletilla muy interesante que utilizan siempre es el famoso “cachay” que es una forma de cerrar una frase y preguntar si uno entendió lo que la otra persona estaba hablando. Después de una semana de haber hecho algunas amistades, visitado museos y conocido un poco de la historia de Chile. Llegó el momento de partir nuevamente, crucé la Cordillera y llegué a Mendoza, Argentina.
Viajar es una gran experiencia porque además de descubrir nuevos lugares y expandir nuestros horizontes, podemos romper mitos e ideas preestablecidas que tenemos sobre los países que creemos conocer. En mi caso, aprendí que no existe una única forma de ser chileno, argentino o boliviano. Al interior de cada país conviven diversos pueblos que con sus propias costumbres y tradiciones que hacen más rica la cultura de cada país.
Ya instalado en la casa de uno de mis amigos, en Mendoza, aproveché los días en recorrer la ciudad, comer un buen asado y pasear en bici por la región vitivinícola que queda cerca. Ya en el fin de semana, quedé en salir con mis amigos y me dijeron: Che, que te parece vamos si vamos por unas “birras” (cervezas) y después al “boliche.” Lo de salir a tomar, me había quedado claro, pero yo no entendía por qué querían ir a jugar a los bolos después. Viendo mi cara de intriga, me explicaron que el "boliche" era lo que en Perú llamamos “discoteca”, el lugar para ir a bailar. Y así como esa pequeña confusión, tuve otras. Y aprendí que en Argentina cuando algo les parece genial, ellos dicen: “¡Qué zarpado!” o “¡Qué copado!”. Y para ir en bus, dicen “tomar el bondi”, y por hablar de eso, es preferible no usar el verbo "coger". Porque cuando una vez pregunté “¿Dónde puedo coger el bondi?” me respondieron que dependía de mi creatividad. Pues por allá el verbo coger también puede adquirir el sentido de "tener sexo".
Con todas esas curiosidades aprendidas en el camino seguí en dirección al norte y pasé por las ciudades de Córdoba y Salta. Otra vez pude notar que hubo una variación en el acento de las personas. Los cordobeses, orgullosos de su tierra y sus costumbres, tienen una particularidad al hablar el español. Pues suelen alargar las vocales de la primera sílaba, contando desde la izquierda. Una peculiaridad que intenté replicar sin éxito, y que incluso ningún argentino que no haya nascido en Córdoba puede hacerlo. Por su parte, en Salta y otras ciudades más cercanas a Bolivia, pude observar que nuevamente el acento era diferente al sur y centro de Argentina. Al oírlos hablar, me pareció mucho a la “R” fuerte de los chilenos del norte. Y también descubrí que como los peruanos y bolivianos, ellos celebraban el día de la Pachamama.
Con el transcurso de los días y de los kilómetros recorridos, fui descubriendo que a pesar de límites divisorios que existen entre los países. Los pueblos que habitan alrededor de ellos trascienden las fronteras sin mayor preocupación. Pues comparten tradiciones, músicas, danzas e incluso apellidos, sin importar que en el medio exista una línea imaginaria que los identifique a un territorio en específico.
Sorprendido por todos esos descubrimientos continué mi viaje con mucho más ánimo que al principio. Era mi primera vez en Bolivia, y contrariamente a lo que hacen mucho peruanos hacen, ingresé por su frontera del sur. Inmediatamente, pude observar que el paisaje era más desértico que en la frontera del norte, donde por geografía sabía que Bolivia y Perú comparten el lago navegable más alto del mundo: El Titicaca. Pero volviendo al sur, me quedé maravillado al recorrer los paisajes sacados de otro mundo que hay en Uyuni.
A medida que fui adentrándome más en Bolivia fui sabiendo que en su territorio conviven muchas naciones y por ello tiene se autoreconoce como un “Estado plurinacional” y además del español buena parte de la población habla las lenguas originarias como el quechua y aymara. Y por hablar de las raíces indígenas de los bolivianos, algo que me gustó mucho fue la revalorización de sus costumbres. Y en La Paz tuve la suerte de ver fue la "Entrada Universitaria". Un gran pasacalle que muestra las danzas más representativas del país. Esta entrada se realiza los últimos sábados del mes de julio.
Bueno, como todo en la vida, las cosas tienen su final. Y después de un mes viajando por Chile, Argentina y Bolivia; Regresé a Perú por la frontera de Yunyugo. Satisfecho de haber aprendido bastante sobre la cultura diversa que existe en esos 3 países y feliz por los buenos recuerdos que me llevé de las personas que conocí en el camino.
¿Conoces Chile, Argentina o Bolivia?¿Te llamó la atención alguna cosa cuando estuviste por allá? ¿Te recuerdas de alguna palabra o frase que te haya parecido interesante? Cuéntanos sobre tu experiencia en alguno de esos países, que nos gustaría saber.
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